sábado, 7 de junio de 2014

HOMENAJE A KAFKA

“LA FIRMA”, WALTER BENJAMIN

María Luisa Arnaiz

Laurent Botella

   El escritor que se suicidó, o no, en Portbou (Gerona), cuando huía de los nazis, usó las “Anécdotas” de Aleksandr Pushkin para encabezar con el relato que copio su ensayo sobre Fran Kafka.

   Potemkin sufría depresiones más o menos periódicas durante las cuales nadie podía acercársele y la entrada a sus aposentos estaba severísimamente prohibida. En la corte no se mencionaban para nada sus dolencias pues era sabido que cualquier alusión al respecto provocaba de inmediato el enojo de la emperatriz Catalina.
   Una de esas depresiones del canciller se prolongó más de lo habitual, ocasionando graves anomalías. En los despachos se amontonaban los expedientes cuya resolución -que sin la firma de Potemkin era imposible- urgía la zarina. Los altos funcionarios no sabían qué hacer. En aquellos días Schuwalkin, un insignificante ujier, fue a parar casualmente a la antesala del palacio del canciller, donde, como era habitual, se encontraban los consejeros de Estado lamentándose y quejándose.
   - ¿Qué ocurre, Excelencias? ¿En qué puedo servir a sus Excelencias? -se hizo notar el solícito Schuwalkin.
   Le explicaron lo que sucedía y lamentaron no poder utilizar sus servicios.
   - Si no es más que eso, señores míos -contestó Schuwalkin-, déjenme los expedientes, por favor.
   Los consejeros, que nada tenían que perder, se dejaron convencer y Schuwalkin, con el fajo de expedientes bajo el brazo, se encaminó… a los aposentos de Potemkin. Sin llamar… accionó el pestillo de la puerta. La habitación no estaba cerrada con llave… En la penumbra se podía ver a Potemkin con su bata raída, sentado en la cama y mordiéndose las uñas. Schuwalkin se dirigió al escritorio, cogió la pluma y, sin decir palabra, la puso en la mano de Potemkin al tiempo que dejaba el primer expediente sobre sus rodillas. Después de mirar distraídamente al intruso, Potemkin firmó un expediente tras otro. Cuando el último estuvo listo, Schuwalkin abandonó… la habitación…
   Agitando triunfalmente los expedientes, entró en la antecámara. Los consejeros salieron a su encuentro y le arrebataron los papeles… Jadeantes, se inclinaron sobre ellos. Nadie decía una palabra; el grupo parecía haberse petrificado. El ujier se acercó… Sus ojos se posaron entonces sobre las firmas. Un expediente y otro, y otro más, todos estaban firmados: Schuwalkin, Schuwalkin, Schuwalkin… 

5 comentarios:

  1. La obsesiva interpretación sobre los gestos de la moral, la memoria o la decencia, no siempre acaban bien. Potemkin fue un genio, un guerrero estúpido y un gran amante, lástima que muriera, (comparado conmigo), tan joven.

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  2. He estado en su tumba, en un cementerio diferente al de los demás, y he conocido gente que lo conoció y ayer estuve hojeando WALTER BEJAMIN, “LA FIRMA”. Casualidades.

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